Nacido en Lisboa en el siglo XIX, el fado se hizo imprescindible en diversos momentos de convivencia y ocio. Al principio, era rechazado por personas que se clasificaban a sí mismas como intelectualmente superiores, pero al cabo de unos años, el género musical asumió un papel relevante en obras de teatro, festivales de música y otros eventos escénicos. Con ello, el fado fue ganando mayor reconocimiento y, en las primeras décadas del siglo XX, se profesionalizó creando una amplia gama de compañías. Sin embargo, pasó por momentos en los que perdió gran parte de su intensidad y expresividad debido a la censura que se vivía en el país. Tras la revolución del 25 de abril y el fin de la censura de expresión, el fado asumió gradualmente su papel central en la cultura portuguesa. En aquella época, sólo una minoría de portugueses conocía el fado. La alta sociedad portuguesa sostenía que la regeneración de la sociedad se lograba a través de canciones populares de origen rural que glorificaban el trabajo y la religión. Sin embargo, con la introducción y aparición de nuevas formas de transmisión de la información (como la radio, el disco y el cine), toda la tendencia cambió al percibirse el carácter irónico y crítico del fado. Dotado de una personalidad melódica única y de un sonido inconfundible, que pone de relieve todo el talento y la destreza musical de los cantantes de fado, supera cualquier barrera lingüística. Guía a quien lo escucha por la pura emoción que provoca. En un mundo en el que millones de personas viven lejos de sus países y culturas, y a menudo el propio idioma difiere, la música es el mejor y más fuerte factor de unión. A lo largo de las décadas, el fado ha permitido a millones de hijos de emigrantes que se consideraban portugueses conectar con sus raíces e influir en los nativos de sus países de acogida para que conozcan este género musical. Esta internacionalización de la música empezó a gestarse a mediados de los años 30 en Brasil y en el continente africano, donde se dieron a conocer cantantes como Madalena Melo y João Mata. Sin embargo, no se consolidó definitivamente hasta mediados de la década de 1950 a través de la figura de Amália Rodrigues. Amália superó todas las barreras culturales y lingüísticas y se erigió oficialmente en icono de la cultura nacional, recibiendo a lo largo de su vida protagonismo a nivel nacional e internacional. El fado ha adquirido tal relevancia mundial que en 2011 fue elevado a la categoría de «Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad» por la UNESCO.

Hoy en día, el fado es conocido en todo el mundo como parte del patrimonio portugués, patrimonio de la humanidad y patrimonio de todos. Es inmune a las barreras lingüísticas y guía a todos los que lo escuchan por el sentimiento, un sentimiento que se encuentra en cada palabra y en cada acorde de la guitarra portuguesa.