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Maria Severa Onofriana, la voz de una generación oprimida

Maria Severa Onofriana es una de las figuras más célebres de la historia del fado portugués. Nacida en Lisboa en 1820, se convirtió en una cantante y guitarrista popular en las tabernas y cafés de la ciudad a mediados del siglo XIX. Su padre era un gitano de Santarém y su madre de Ponte de Sor que, como otros pescadores de la región, emigraron a Lisboa. Severa conquistó a los bohemios de la capital con su exótica belleza de ascendencia gitana.
Maria Severa vivió en la época del inicio del liberalismo, en la que el absolutista Antiguo Régimen estaba en decadencia. El pueblo portugués, acostumbrado al poder absoluto del Rey, empezó a oír la voz de la Constitución, que distribuía poderes y derechos y garantizaba lo que nunca se creyó posible: la libertad. Vivió una época fundamentalmente reconocida por las revueltas populares, en las que las mujeres empezaron a luchar por sus derechos y por la igualdad con respecto a los hombres. Portugal quería ser un país civilizado, moderno y, sobre todo, europeo. Sin embargo, existía una gran disparidad entre clases, donde unos eran muy ricos y otros muy pobres.
A Maria Severa Onofriana se la conoce como la «voz de una generación oprimida» por su papel como cantante de fado en la ciudad de Lisboa, la tierra del fado y de las canciones buenas, nostálgicas y dolorosas. A través de su música, Severa censuraba las luchas y penurias a las que se enfrentaba la clase baja de la Lisboa de la época. Cantaba sobre la pobreza y sobre el amor, conmoviendo los corazones de quienes la escuchaban. Se convirtió en un símbolo de esperanza y resistencia para los que luchaban por sobrevivir. Su canto ha hecho que su legado perdure hasta nuestros días.
Hoy en día, Severa es recordada como una de las figuras más importantes de la historia del fado y una poderosa voz para los que no tienen voz. Se dice que Severa, de la que no existe ningún registro de voz, fue la primera persona que cantó fado en la calle y representó al pueblo en la lucha contra sus problemas. Fue una de las impulsoras de la creación de este tipo de canto, hoy Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Murió pobre y abandonada el 30 de noviembre de 1846, con sólo veintiséis años. Fue enterrada en una fosa común, sin ataúd, según su deseo expresado en sus últimos estribillos:
«Tengo una vida amarga
¡Oh, qué destino tan infeliz!
Pero si soy tan desgraciada
No fui yo quien lo quiso así.
Cuando muera, niñas
No tengáis remordimientos
Y al son de vuestras canciones
Enciérrenme en la fosa común».
Una mujer de fuerza, resistencia y lucha. Una verdadera mujer del fado portugués.
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