Un estado del alma.

Cuando pensamos en el fado, automáticamente pensamos en el sentimiento, en el dolor, en el anhelo. Un símbolo tan profundo que puede caracterizarse por el chal, tocado con la guitarra e intrínsecamente ligado al color negro. Basta con cerrar los ojos para imaginar a sus intérpretes -normalmente vestidos de negro- cantando la añoranza y la tristeza

El fado, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, es reconocido en todo el mundo, llevado por grandes voces de la historia portuguesa, como Amália Rodrigues.

El sufrimiento, tiene la capacidad de desencadenar fuertes emociones y sentimientos que deben ser vividos de forma casi paralizante. Descendiendo del romanticismo, canta el sentimiento profundo y el desamor por alguien que se ha ido, fuentes constantes de inspiración.

Este estilo musical debe mucho al concepto de «saudade» (añoranza), por la nostalgia que la palabra conlleva, por el sentimiento de pérdida de lo que una vez se tuvo o de lo que nunca se consiguió. También se debe mucho al desamor, a los amores y desamores, que se transforman en potentes letras y se cantan en los versos más desgarradores. 

La voz es la prioridad. Viene del alma, del corazón, del dolor. Hay que vivirlo así, cantarlo, llorarlo, para que quien lo escuche, lo sienta de la manera más dolorosa posible.

Popularmente vemos a una mujer, con su semblante pesado, con un largo vestido negro y un chal a la espalda, cantando estas melodías. Pero este género musical también está hecho de sentimiento masculino, con un traje oscuro, los hombres cantan y entonan sus voces sonoras, cautivando a los que pasan.

El fado no oculta su origen, y quienes lo cantan lo hacen por placer y por amor a este patrimonio cultural. Y aunque se cante la añoranza, el sufrimiento, la tristeza y se saque todo el sentimiento del color, los que escuchen no saldrán igual que cuando llegaron.

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